viernes, 19 de agosto de 2011

Y que será del viento. Parte 5. Final

Caminamos  a mi casa. Quizás esta vez sería diferente, ya había sido diferente respeto a mi corazón. Quizás ella me dejaría quedar. En el fondo, no lo creía, pero no quería perder, lo que era nuestra última esperanza. Cuando llegamos a mi casa, ella estaba afuera, con todas las cajas, y su habitual cara de impaciencia por mis llegadas tarde. Fuimos directo hacia ella. Julián se limpió las lágrimas de su rostro, y habló. Le dijo que podía quedarme con él. Que viviríamos juntos, que la iríamos a visitar dondequiera que ella estuviera, pero que no le quitara lo que él más apreciaba de su vida. Mi mamá escucho paciente todo lo que él le decía, la esperanza crecía cada vez más en mi corazón, si ella o escuchaba era porque lo estaba considerando, quizás me quedaría con  él después de todo.


Sin embargo, me equivoqué, así que él finalizó su discurso, ella dijo que yo no me quedaría. Que me iría con ella, y que no podía reclamar, que aún era menor, y por lo tanto debía hacer lo que ella me ordenara. Al escuchar eso, todos los años de autocontrol se perdieron, ella me había quitado demasiado, y me quería quitar ahora el sentido que le había encontrado a mi vida. No me contuve, no quería hacerlo.
– Durante años estuve viajando contigo, nunca te cuestione, nunca dije que me molestaba, aunque lo hiciera, siempre viajé contigo sin reclamarte nada, porque sabía cómo te sentías y en parte me daba lástima verte mal. – el volumen de mi voz iba  creciendo a medida que mi ira también lo hacía – Nunca te dije lo mal que me hacía viajar de un lado a otro, no tener amigos, porque pensaba que lo que hacías era también para mí bien. Pero debí darme cuenta antes, que no haces nada más que para ti misma. Que lo único que importa es que tú estés bien. Que por eso te perdiste en el alcohol, por eso te acostaste con el primero que se cruzaba en tu camino, y que por eso ahora viajamos de un lado a otro. Lo haces por ti, porque tienes miedo, miedo de que papá sepa todo lo que hiciste, no eres más que una cobarde, al menos deberías enfrentarte a la consecuencia de tus actos, pero prefieres huir. Debería darte vergüenza. ¡Eres una puta! No, ni siquiera eso, porque ellas cobran por hacerlo, tú te entregabas gratis. Eres una zorra que cometió los peores errores, y que ahora escapa, como si eso borrara todo lo que ya hiciste. Y por tu culpa, perderé al amor de mi vida. ¡Desgraciada!

Estaba llorando, pero no de tristeza, sino de ira. Su cara se transformó. Levantó la mano y me dio un cachetazo, me lo merecía, pero no me arrepentía de haberle dicho todo. Acto seguido, caminó con las cajas hacia el taxi, que estaba esperando, no sabía hacia cuanto tiempo. Guardó todas y se subió en el asiento de adelante. Me miró, con una mirada de odio, hizo un gesto para que me subiera al auto, y amenazó con bajarse a buscarme, si fuera necesario. Miré hacia atrás, donde estaba Julián, busqué sus ojos, en los que me había perdido tantas veces, y vi su mirada de tristeza. No conseguí mirarlo por mucho tiempo, solo lo hice lo suficiente para sonreír, en agradecimiento por todo lo que había hecho por mí, y me fui.


Me subí a la parte de atrás del taxi, y apoyé mi cabeza contra la ventanilla. Pequeñas gotas de agua caían sobre el vidrio. Estaba lloviendo. «Hasta el cielo se apiado de nosotros», pensé y lloré.

Porque hay un dicho que dice "Dios los hace, y el viento los amontona", pero, ¿No hay ninguno que diga que el viento también nos puede separar?


miércoles, 17 de agosto de 2011

Y que será del viento. Parte 4


La desesperación invadió mi cuerpo. El tiempo había pasado más rápido que la última vez. Era imposible. No podía ser verdad. No esta vez, no ahora que había encontrado un sentido para vivir. Esto no podía estarme pasando. Él noto el estado en que estaba, y su cara se transformó en una máscara de angustia. Yo aún no le había contado, nunca encontraba el momento apropiado. Pero ahora tenía que hacerlo, y era el peor momento, pero tenía que decirle lo que estaba pasando, lo que iba a pasar. Pero, ¿Por dónde empezar? La historia era larga y tenía que contársela entera, al menos eso le debía, por todos los momentos de alegría que me hizo pasar. Él ya estaba impaciente, yo aún no decía ninguna palabra.
 ¿Qué sucede? –preguntó, sin importarse con dejar al descubierto el miedo que envolvía su pregunta.
 Es una larga historia – dije – estuve buscando el momento apropiado, y lamento que te vayas a enterar de esta forma.
– No importa que no me contaras antes, lo harás ahora, pero dime, dime que sucede, así yo podré ayudarte, verte mal y no hacer nada no es una opción para mí. Por favor cuéntame que está sucediendo.

Suspire. Él quería ayudarme. Pero no iba a poder hacerlo. ¿Cómo podía contarle una historia que mataría sus esperanzas? No tenía otra alternativa que hacerlo.
– Lo que me sucede es una consecuencia de algo que empezó hace ya seis años. Mi papá estaba muy enfermo para ese entonces, los médicos no sabían que hacer, nada de lo que hicieran lo curaría. Él estaba destinado a morir, y lo sabía.


» Todas las tardes, mi mamá y yo íbamos al hospital a verlo. Queríamos pasar sus últimos momentos juntos. Llegábamos allá con las caras manchadas por las lágrimas secas, y él lo notaba. Se suponía que nosotras teníamos que ser fuertes por él, pero todo terminaba siendo al revés. Mi papá era el que siempre nos consolaba diciendo que todo estaría bien, que él nunca nos abandonaría, que su cuerpo podía ya no estar entre nosotras, pero que su amor siempre se quedaría. Eso no nos consolaba, nosotras lo queríamos a él, a todo, queríamos a su amor, claro, pero también queríamos que él estuviera con nosotras, dándonoslo. Así  el tiempo fue pasando, cada vez íbamos más temprano al hospital y salíamos más tarde. Él nunca pareció empeorar, y eso me daba esperanzas, quizás los médicos se equivocaron al decir que no podrían salvarlo. Nunca pareció hacerlo, hasta que pasó. Ese día mi mamá y yo llegamos más tarde de lo común al hospital. Habíamos ido a hacer unas compras, para adornar la sala en la que él estaba, para que no pareciera que las cosas estaban tan graves. Así que llegamos los médicos nos arrastraron a otra sala, no la habitual, sino una de emergencias, a pesar de que nos habían dicho que era imposible salvarlo, ahora estaban haciendo lo máximo posible para demostrar que se equivocaban. Las lágrimas aparecerían pronto, lo sabíamos, pero tratamos de ser fuertes, por él. Nos situamos a su lado, el extendió una mano hacia mi mamá, que no dudo en tomarla, la sostuvo tan fuerte como pudo, como si así pudiera evitar que él se fuera. Pero era inevitable, y lo sabíamos, pero admitirlo no era una opción. Mi papá quería despedirse, pero no lo dejábamos, no podía abandonarnos. Por más que tratamos de evitar que se despidiera, lo hizo, dijo unas últimas palabras, que quería que fueran un consuelo para nosotras.
– Aunque me vaya ahora, nunca me olvidaré de ustedes, así como sé que ustedes nunca se olvidarán de mí. No las abandonaré, siempre que el viento envuelva sus cuerpos, estaré presente, seré yo, que las cuido desde mi lugar.

Al terminar de decirlo, su corazón dejo de latir, y en ese preciso momento, el frío viento de otoño envolvió nuestros cuerpos. Ambas sufrimos, ambas lloramos, pero traté de ser fuerte por mi mamá.
Los días pasaban y ella estaba cada vez más deprimida, no encontraba una razón para seguir viviendo. Su nuevo consuelo era una botella de whisky, que siempre llevaba en la mano. Al parecer, esa era la solución que encontró, perderse en el mundo del alcohol para evitar sufrir la perdida de mi papá. A causa de eso, hizo muchas cosas,  que hasta yo me avergüenzo de decirlas. Sufría cada vez que se iba por las noches, con sus vestiditos ajustados, y no volvía hasta el día siguiente. Ella pensaba que no sabía que sucedía en su ausencia, era demasiado chica para saberlo, pero tenía suficiente sentido común. Los  siguientes doce meses, ella se pasó viviendo esa nueva “vida”, no parecía arrepentirse de lo que hacía, hasta que llegó el otoño. Cuando el frío viento apareció, ella se desesperó. No quería que mi papá supiera todo lo que había hecho, así que su solución fue irse. Dejamos todas las cosas como estaban, y nos tomamos el primer avión que salía del país, hacia España. Se consolaba pensando que si escapábamos del otoño, mi papá nunca sabría todo lo que pasó tras su partida. Así que siempre, cuando el frío viento amenaza con envolvernos, partimos. Los últimos cinco años, no tengo un hogar fijo, siempre viajamos, de norte a sur, de sur a norte, siempre a un lugar donde el otoño no haya llegado. Y ahora, está sucediendo, de nuevo, fui una tonta al pensar que esta vez sería diferente. Ahora ella debe estar en casa esperando a que llegue, para partir otra vez.


Al terminar de contarle, lo abracé. Quizás este fuera nuestro último abrazo. Él no me soltó, me abrazaba cada vez más fuerte, se negaba a dejarme ir. 
 Debe haber una solución. Puedes quedarte conmigo, no vayas con ella, puedes dejarla ir sola.
– No puedo. Ese fue ya un tema de discusión de hace unos años. Le pedí que me dejara vivir con una familia que conocimos,  y ella se negó. Decía que yo podría delatarla con papá, que no se arriesgaría a eso.
– Yo… yo hablaré con ella, lo entenderá. No puedes irte, no puedes dejarme, te necesito, al lado mío, por el resto de nuestras vidas – una tras otra, las lágrimas bajaban por su rostro, él en verdad me quería, nunca lo había dudado, él me quería con él, pasara lo que pasase.



domingo, 14 de agosto de 2011

Y que será del viento. Parte 3

Me desperté más temprano de lo usual. Quería ir a la plaza, para ver el amanecer. Esa era una especie de ritual que tenía cada vez que llegábamos a un nuevo lugar. Mi mamá estaba acostumbrada, no discutíamos por eso. Busqué mi ropa por toda la habitación, hasta que me convencí de que ella aún no me la había devuelto, así que decidí salir con mi pijama. Nadie se despertaba tan temprano, no tendría que preocuparme por encontrarme con alguien en el camino. Atravesé la sala sigilosamente. A mi mamá no le molestaba que me levantara  a esta hora para ver el amanecer, pero no estaba demás tomar precauciones para que no despertara, nunca sabía con qué nueva excusa podría salirse. Tomé un abrigo que encontré descansando sobre el sillón y salí de casa.
Aún estaba oscuro, pero si no me apuraba, el sol saldría mientras yo seguía caminando y no podría disfrutarlo tanto. Caminé deprisa por el camino que las señoras me indicaron ayer y llegué  la plaza. El sol no salía todavía, pero no tardaría mucho más. Consideré cuál sería el mejor lugar para ver el amanecer, y recordé mi primer encuentro con Julián. Él me había dicho que el lugar en el que estaba, era el mejor para ver el atardecer, por lo tanto, ahora tenía que ir  al otro lado de la plaza, y ese sería el lugar ideal para ver el amanecer.
Atravesé la plaza con pasos lentos, y me senté en el banco que estaba allí. Al igual que el otro, estaba tallado a mano con las siluetas de todas las flores que había en la plaza.
Esperé un rato, hasta que el oscuro color que dominaba el cielo fue perdiendo, paulatinamente, su intensidad. Lo lindo de los amaneceres era que, por más que terminaran igual, con el sol en el cielo, sus procesos para hacerlo eran distintos cada vez. Nadie apreciaba este hecho como yo lo hacía. Recuerdo que cuando era más chica, mis vecinos solían tratarme como una loca, por disfrutar de algo tan bello y natural. Para esa época soñaba con encontrarme a alguien especial, que apreciara ese hecho como yo lo hacía.
Me sumí tanto en mis pensamientos, que apenas me di cuenta que alguien estaba al lado mío. Como en la tarde de ayer, Julián llegó sigilosamente, pero esta vez no dijo ninguna palabra. Me pregunté cómo haría para caminar tan suavemente, para que yo no pudiera escucharlo. Quedamos un largo rato en silencio, hasta que, cansada de que no dijera algo, hablé.
 ¿Qué haces por aquí?
  Vine a ver el amanecer – dijo sin mirarme a los ojos –  es una de las pocas cosas que     realmente me agradan. Que sorpresa encontrarte aquí, en este lugar, recién llegas y ya pareces saber cuáles son los lugares que te dan las vistas más bellas.
  Es que recodé lo que me dijiste ayer del atardecer, y cómo el sol sale por el lado contrario al que se pone, supuse que este era el mejor lugar para disfrutar de esta vista.
    Y no te equivocaste, este es el mejor lugar para verlo, probé con todos los lugares de la plaza, y no cambiaría este por nada. Desde acá se puede apreciar cada detalle del amanecer, como los colores invaden el cielo con su forma tan especial de hacerlo. Es perfecto.
   No muchos aprecian esta belleza.
    Lo sé.

Ambos nos quedamos en silencio, mientras el sol, acompañado con una diversa gama de colores, pintaba el que hasta unos momentos atrás había sido un oscuro cielo. ¿Sería posible lo que estaba sucediendo? ¿El destino me odiaba tanto como para hacerme esto? Ya era suficiente el hecho de que creía estar enamorada de Julián, ¿Y ahora también quería hacer que creyera que él era el chico que espero desde que era una niña? Pero no tenía que creer nada, estaba ya bien claro que eso era cierto. Él era la persona ideal para mí. La persona que vino a romper el “orden” de mi vida. No podía permitirme el lujo de estar con él, además ni siquiera sabía si él estaba interesado en mí. Lo dudaba mucho, ¿Quién se enamora de una persona que conoció hace un día? Al pensar en esto, otro nudo se formó en mi estómago. Yo ya estaba enamorada de él, no importaba hacía cuanto lo hubiera conocido. Pero, ¿Estaría el enamorado de mí? ¿O sería rechazada por el único chico que amé en mi vida, y estaba segura, el único al que iba a amar? Sentía que las lágrimas querían escapar de mis ojos, y me levanté para irme. No quería que me viera llorar. Quería desaparecer en ese instante. Corrí. Como nunca había corrido en mi vida. Tomé el camino contrario al que llevaba  a mi casa. No quería cruzarme accidentalmente con alguien de su familia, que luego le dijera que me vio llorar. Las lágrimas caían por mi rostro, y yo seguía corriendo, hasta que me cansé y me detuve.
Había corrido hasta la calle principal de la ciudad, los comercios estaban cerrados, era demasiado temprano para abrir. Caminé por la calle, pasando mi vista por los lugares, hasta que me detuve en una heladería que, a diferencia de los demás negocios, si estaba abierta. Traía algo de dinero conmigo, podía ir allí un rato. Sería ideal para calmar mis penas. No fue hasta que entré que recordé que vestía mi pijama. Pero ya era tarde para salir sin que me vieran. Detrás de la caja, solo había una señora, que me hizo recordar a Marlene. ¿Era una coincidencia, o el destino de nuevo me estaba jugando una broma? Le pedí un pequeño helado de frutilla y le pagué. Cuándo me lo trajo, le agradecí y fui a sentarme en un banquito de madera que había en el exterior del lugar. Tenía mucho en que pensar, pero no quería hacerlo, ya había más gente en la calle, y no quería que me vieran llorar. Comí mi helado tan rápido como pude y me fui. Hice el mismo camino que cuando vine. No quería explorar un nuevo lugar, no me sentía con ánimos para hacerlo. Podía cortar camino pasando por la plaza, pero tenía miedo de que Julián siguiera allí, así que la rodeé. Caminé distraída hasta llegar a mi casa, y cuando me fui acercando, noté un bulto en la puerta. Había alguien sentado, pero no distinguí quien era hasta que fue demasiado tarde para huir. Me quedé paralizada mientras Julián se acercaba a mí, tenía una mirada de preocupación en los ojos, y pareciera que al igual que yo, también había estado llorando.
 No te despediste – dijo con la voz entrecortada. Eso confirmo mi sospecha. Él había estado llorando. – Te fuiste sin decirme adiós, Jess.
 Lo sé – intenté mantenerme seria, tranquila, pero no pude, nuevamente estaba llorando.


Él se acercó más, lentamente. Tomó mi rostro entre sus manos, con un gesto tan delicado y me besó. No tuve tiempo de reaccionar, de escapar de él. Pero sabía que aún que lo hubiera tenido, no lo haría. Fue lo que esperé que hiciera ayer, quería eso, pero ahora tenía miedo. Algunos dicen que lo que empieza rápido termina rápido, pero esto no terminaría pronto, él fue lo que esperé durante años, aunque me negara a enamorarme, inconscientemente lo esperé, y ahora lo tenía, y estaba segura de que le pasaba lo mismo. Me separé de él. Quería verlo de nuevo, convencerme de que esto era real, porque lo era. Una sonrisa iluminaba su rostro y ahora su voz era más firme que hace unos minutos atrás.
– Eres lo que espere durante años. Puede parecer tonto, y más si consideras que nos conocimos hace tan solo un día. Pero es cierto. Lo supe en tanto te vi. Eres la chica que pensé, solo existiría en mis sueños.  
– No es tonto, es real, también eres lo que siempre esperé, la persona con quien soñaba desde niña, y la cuál durante mucho tiempo busqué, aunque me negara a hacerlo.

No podía ocultar la sonrisa que se había formado en mi rostro, todos los pensamientos preocupados de ayer, desaparecieron, solo me importaba esto, estar con él, y lo haría, no importaba nada más. Solo nosotros dos.


Cada día él venía a buscarme. Íbamos a la plaza, y veíamos el amanecer, juntos, abrazados. La felicidad que no tuve en años, regresó ahora. Ya no peleaba con mi mamá, no discutía con ella, porque solo me importaba estar con él. Quería recuperar todos los años en los que la alegría era algo inexistente para mí. Todo lo hacíamos juntos, nada podía separarnos. Ni la lluvia, ni el calor, ni ese frío viento que ahora golpeaba mi cara anunciando la llegada del otoño.
El viento que anunciaba la llegada del otoño.




sábado, 13 de agosto de 2011

Y que será del viento. Parte 2

Salimos del aeropuerto, y yo seguía sin saber en dónde estábamos. No fue hasta que tomamos un taxi que nos llevó hasta nuestra nueva casa, que descubrí que país era este.
Estaba en Chile.

Esta vez no sería tan difícil adaptarme. Al ser la lengua española mi idioma natal, era más fácil desenvolverme con la gente. No para hacer amigos ni nada, sino simplemente para poder preguntar cuáles eran los mejores lugares para divagar, podrían darme las indicaciones y yo comprendería al instante, no cómo la vez que estuvimos en Italia, que necesitaba que me explicaran al menos tres veces para saber a dónde tenía que ir.
Bajé del taxi luego de que mi mamá lo hiciera, esperé pacientemente a que encontrara las llaves de la casa, y cuando lo hizo, la ayudé a entrar las cajas que el taxista había bajado antes de irse.
No esperé más. Así que terminamos de entrar las cajas, salí de la casa y fui a explorar el vecindario. Miré cual era el número, para evitar perderme, y caminé hasta donde estaba un grupo de señoras.

– Discúlpenme, pero soy nueva en este vecindario, y quería saber si alguna puede decirme en dónde hay una plaza o un parque. – corrí la mirada de una en una, hasta que me dijeron que tenía que hacer para llegar – Gracias.

Caminé por donde ellas me dijeron que lo haga, y encontré una pequeña plaza muy acogedora. Estaba rodeada de rosedales, y dentro había tanta diversidad de flores que apenas reconocí. En varios puntos de esta, se encontraban unos bancos de madera, que seguramente fueron tallados a mano especialmente para esa plaza, ya que estaban adornados con la silueta de cada flor que vi. Me senté en el que estaba más próximo a mí y observé el paisaje. Ya estaba atardeciendo, lo que daba una belleza extraordinaria a aquel lugar. Estaba tan concentrada en los colores y aromas que me rodeaban, que apenas noté la presencia de una figura a mi lado.  

 Hola – dijo el chico cuándo percibió que lo había visto, tenía el pelo oscuro y unos hermosos ojos verdes en los que me perdí por unos momentos – mi nombre es Julián, lamento haberte molestado, pero este es el mejor lugar de la plaza para ver el atardecer. ¿Te molesta si te acompaño? 
 Soy Jess, y no te preocupes, yo ya estaba de salida – tan pronto lo dije, me levanté y me alejé lo más rápido que pude de ahí.

Lo que menos quería era entablar una amistad, de la que luego tendría que despedirme. No quería ir a casa, pero ese encuentro no me dejó muchas alternativas ya que no conocía el lugar y se estaba haciendo oscuro, no podía andar por cualquier lado. Di un par de vueltas por las calles, hasta encontrar mi casa. Fue un poco complicado, ya que todas las calles y casas eran similares. Así que divisé la mía, corrí hasta allá y entré. Mi mamá estaba en un corredor que había entre la sala y la cocina, tenía puesto un vestido rosa, bien ajustado, que le llegaba sobre las rodillas, estaba bastante concentrada en el espejo, dando los últimos toques a su maquillaje. Pareció no notar mi presencia, hasta que hablé.
 ¿El primer día y ya saldrás a hacer lo tuyo? – fue imposible contener mi ira al pronunciar esas palabras.
 Deberías dejar de juzgarme Jess, si no sabes que es lo que sucede en verdad.
 Imposible no hacerlo, no tienes un antecedente que me permita dejar de juzgarte. 
 De todas formas, esa no es la forma en la que debes tratarme, recuerda que soy tu madre. Ahora vete a cambiar, que unos vecinos nos invitaron a cenar para festejar nuestra llegada a Chile.

De mala gana, atravesé todas las habitaciones hasta encontrar la que mi mamá había designado como mía. Sobre la cama, había un vestido negro que apenas llegaría a cubrirme. Pase la mirada por él y fui directo a mi armario, como no había cajas en mi habitación, supuse que mamá habría guardado todo. Lo abrí, y mi sorpresa fue tal al ver que ninguna de mis cómodas prendas de ropa estaba ahí. Ella lo planeó todo, estaba segura, escondió mis ropas para que no tuviera otra opción que usar ese vestido.
Me lo puse de malhumor, odiaba tener que usar vestido, y menos uno que me hiciera ver tan… como ella. Encontré unas sandalias negras bajo mi cama, y me las calcé.
Salí a la sala, incómoda con el vestido, y evité escuchar los comentarios que mi mamá hacía. Salimos enseguida a la calle. Los vecinos que nos invitaron vivían a cuatro casas de la nuestra, así que fuimos caminando.
La casa, exteriormente, era idéntica a la nuestra. Llamamos a la puerta y esperamos, hasta que una señora abrió. Al vernos se le dibujó una sonrisa en la cara y nos hizo pasar mientras llamaba al resto de su familia para que nos recibiera. 
 Tú debes ser la hija de Jane – dijo mientras me examinaba – son idénticas. Mi nombre es Mónica.

Sonreí y oculté el odio que generé por sus palabras. Ella no tenía la culpa, no sabía nuestra historia, por lo tanto no sabía que lo que menos quería era que me dijeran que soy idéntica a mi mamá. Desde la habitación contigua a la que estábamos, aparecieron dos chicos. Seguramente eran sus hijos. Los examine rápidamente. Uno era alto, de ojos verdes y el cabello oscuro como la noche, y el otro era similar, pero tenía el cabello claro, como los rayos del sol que iluminan las mañanas. 
 Ellos son mis hijos, Andrés y Julián. Chicos, ellas son Jane, y su hija Jess.
 Es un gusto conocerlas – dijeron al unísono.

Su voz fue lo que confirmó mis sospechas. No era una simple casualidad. Él era el mismo chico del que me había escapado en la plaza. Julián. Mi corazón se aceleró. Traté de calmarme, eso no significaba nada, solo cenaríamos juntos, y luego podría volver a ignorarlo si lo encontraba por la calle. Solo tenía que soportar unas cuantas horas.

Mónica nos condujo al comedor, dónde una antigua mesa de madera con unos delicados platos de cerámica esperaban nuestra presencia. Nos sentamos alrededor de la mesa, y se inició la cena. Apenas participé de las conversaciones. Solo asentía y sonreía. Mi cabeza estaba muy ocupada asimilando las últimas situaciones. Mis dos encuentros con Julián. En cómo me había afectado. Una parte de mí decía que no era nada, que no tenía de que preocuparme, pero otra parte, me asustaba, confirmando que lo que temía era muy cierto. Y para empeorar las cosas, él no dejaba de mirarme, y eso… me agradaba. Agradecí mentalmente que mi mamá hubiera escondido mi demás ropa. Con este vestido me veía muy sexy, y eso era bueno, y más si estaba junto a él. Pero, se supone que estos pensamientos no tendrían que existir en mi cabeza. Era mi regla #1 para sobrevivir. No enamorarme, pasara lo que pasase. Sabía que ya era tarde, pero quería evitar que esto empeorara, así que, al terminar de comer, mientras Mónica y los chicos llevaban los restos de la cena y traían el postre, fui junto a mi mamá para hablarle.

 No me siento bien má, iré a casa. Agradeceré a Mónica por todo y me iré.
 Siempre tan maleducada, ¿Ni siquiera puedes aguantar a que termine la cena? –ella ya estaba de malhumor. El hecho de que quisiera irme en el medio de la cena por una excusa tan tonta, la había dejado así, pero no le quería con decir cuál era la verdadera razón.

Cuando abrí la boca para contestarle, Mónica entro, seguida de los chicos. Fue mi salvación, de no ser por ella discutiría aquí mismo sobre los temas que desde hacía tanto tiempo estuve aguantando.

 ¿Qué sucede? –preguntó con un dejo de preocupación. 
 Nada grave, es solo que no me siento muy bien, y me retiraré a casa, lamento mucho irme así. Gracias por todo de verás. 
 No te preocupes niña, fue un placer tenerte con nosotros. Pero no vayas sola, este barrio por las noches no es muy lindo. Deja que Juli te acompañe hasta tu casa, el irá con mucho gusto. ¿No es cierto, Julián?

Él asintió, y sentí como mi estómago daba vueltas. Quería decir que podía ir sola, pero no lo hice. Quizás quería su compañía, pero no estaba dispuesta a creerlo, no podía hacerlo. De todos modos, él me acompaño. El silencio reinaba en el ambiente. Busqué algo que decir pero no se me ocurría nada, siempre tuve las palabras justas, pero en este momento, parecía que ellas habían huido de mí. Apenas me di cuenta de que estábamos parados frente a casa. Hice un ademán de saludarlo, pero el insistió en acompañarme hasta la puerta y llegando allí, finalmente pude decir una palabra, simple, bastante común, pero expresaba mi gratitud, y al menos pude pronunciarla.
 Gracias.
 No hay de que, fue un placer acompañarte – se acercó y besó mi mejilla, me ruboricé al instante, y al parecer él lo noto, ya que una sonrisa se formó en su cara. 
 Y perdoname por lo de la plaza, por irme, es solo que…
 No me conocías lo sé, no hay drama, ya tendremos tiempo para conocernos más.

Dicho esto se encaminó hacia la calle, y antes de desaparecer del todo me sonrió, luego siguió su camino. Entré a mi casa desesperada, con la cara roja y el corazón latiéndome tan rápido como nunca lo hizo. No era posible, apenas lo había visto dos veces, pero fueron suficientes. Me enamoré de Julián. Al pensar en eso, sonreí inconscientemente, esto era el fin de mi vida como había sido, debería estar mal, preocupada, pero no lo estaba, tan solo estaba feliz. Caminé hacia mi habitación y me acosté a dormir, pensando en todo lo que había pasado hoy, disfrutando estos momentos de felicidad, como si pudieran terminarse de un momento al otro. Porque si podían, y más en mi vida.

lunes, 8 de agosto de 2011

Y que será del viento. Parte 1

El frio viento que anunciaba la llegada del otoño golpeó mi cara, trayéndome nuevamente a la realidad. Esta vez el tiempo había pasado más rápido de lo usual. No es que me importara, ya no me importaba desde hacía bastante, pero me gustaría poder disfrutar el otoño aquí.

Caminé tan lento como pude, no me interesaba llegar pronto a casa, ya sabía que estaba pasando en estos momentos. Decidí tomar el camino de la calle principal, era el más largo, y por lo tanto, el que más me gustaba.  Desde que habíamos llegado con mi mamá, opté por pasar el menor tiempo posible con ella, quería evitar discusiones, que sabía yo, existirían si pasáramos más de una hora bajo el mismo techo. Pasé por enfrente de Florentino, y dudé si entrar o no, pero como mi idea era perder tiempo, lo hice. Caminé hacia Marlene, la dueña de la heladería, una simpática señora de la que me había hecho amiga apenas llegué a la ciudad.
-        –  Hola Jess, - me saludó con una autentica sonrisa mientras añadía – ¿Qué te trae por aquí? Hacía tiempo que no me dabas el placer de verte.
-        –  Marly no me hagas sentir mal en mi último día – dije entre risas – Sabes que no he tenido mucho tiempo libre, entre la escuela y…
-        –  Lo sé – me dijo, y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas mientras me abrazaba – Al menos viniste a despedirte de mí, te echaré de menos cada día, y espero recibir cartas tuyas, diciéndome el porqué de esta partida inesperada.

Al escuchar las últimas palabras, se me hizo un nudo en la garganta. No había venido a despedirme, sino a hacer tiempo antes de volver a casa. No creía en las despedidas, ya que significaban que todo terminaba, y por más que tenía ese concepto bien claro, me negaba a creerlo. De todos modos, asentí diciendo que no me iría jamás sin despedirme. Odiaba mentir, pero no quería que la imagen que Marlene recordara al pensar en mí, fuera la de una chica egoísta que ni siquiera había pensado en despedirse de sus amigos.

Me dio un beso en la frente y me soltó. Caminé hacia la puerta, y mientras la abría, eché una última mirada atrás para ver a Marlene una vez más. Le sonreí y emprendí nuevamente el camino a  casa. Se me hizo más rápido que habitualmente, por lo que maldije varias veces antes de entrar. Mi mamá estaba parada en la puerta, cercada de varias cajas que contenían diferentes inscripciones.
-        –   Tardaste demasiado, el taxi ya está en camino – dijo enojada – tuve que empacar todas tus cosas sola.
-       No lo hubieras hecho – me mordí la lengua para no añadir nada que originara una pelea, esa era una técnica que había aprendido con el pasar del tiempo.
-         –  La próxima vez no lo haré – se encogió de hombros y abrió la puerta – Ayudame a sacar las cajas, así no tardamos mucho cuando llegue el taxi.

Sin protestar, saqué las cajas, una por una, y al terminar, ayudé al taxista, que había llegado, a guardarlas dentro del auto. Tras guardar todas, me acomodé en un pequeño espacio vacío en la parte trasera del taxi, y esperé que mi mamá viniera. Así que ella subió le indicó al taxista el camino más corto que debía tomar para llegar al aeropuerto. El viaje duró apenas 15 minutos ya que no había tráfico y el chofer parecía no saber que eran los frenos. Tan pronto se detuvo me bajé, contuve mis ganas de vomitar, odiaba viajar tan velozmente. Mientras recuperaba el aliento, mi mamá bajó las cajas, le pagó al taxista y con una sonrisa le entregó un papel con su número de celular. Intenté calmarme para no decirle cuanto me molestaba que coqueteara con el que se le cruzara, pero no lo logré.
-        –  Deberías dejar de hacer eso.
-       –   ¿De hacer qué?
-        –  De coquetear con cualquiera, por culpa de eso es que ya no tenemos un hogar fijo – sabía que a ella le molestaba que mencionara ese tema, pero estaba demasiado enojada para contenerme. – Vamos, o perderemos el vuelo, y no estoy segura sobre si aguantarías vivir el otoño.

Coloqué las cajas sobre un carrito que estaba a mi lado, y me encaminé hacia dentro del aeropuerto. Mi mamá caminaba delante de mí, y en ningún momento se dio vuelta a confirmar que yo realmente estuviera ahí. Hicimos la cola para despachar las cajas en silencio. Mis palabras la habían lastimado, pero esa era mi intención. Y aunque ahora me sentía culpable por eso, no pensaba disculparme. Ella nunca se había disculpado por todo lo que hizo.
Seguimos sin hablarnos hasta que abordamos el avión. Allí, rompió su voto de silencio para hacerme una simple pregunta.
-        –  ¿Prefieres el asiento del lado de la ventana o el del medio?
-        –  Me da lo mismo – dije y me senté al lado de la ventana.

En realidad no me daba lo mismo, pero temía que si dijera que en verdad deseaba sentarme en este lugar, ella lo hiciera. Lo único que me agradaba de nuestros constantes viajes, era el poder disfrutar de los paisajes desde las alturas. Eso me tranquilizaba y me daba fuerzas para seguir con mi vida, por lo tanto, no dejaría que mi mamá me quitara lo que me gustaba. Me acomodé en el asiento y cerré los ojos mientras el avión no despegaba. Me tomé un tiempo para aclarar mi mente y pensar en cómo sería nuestro nuevo hogar, y no fue hasta que hice esto, que me di cuenta que ni siquiera sabía a dónde íbamos. Consideré el hecho de preguntarle a mamá, pero eso haría que ella supiera que si me importaba nuestro destino, y yo no quería eso. Desde que empezó a pasar todo, me prometí que actuaría con tanta indiferencia como me fuera posible, y por más que la curiosidad no me dejara tranquila, no le preguntaría, no le daría un arma que pudiera usar en mi contra. Si ella decidiera decirme, bien, y si no, esperaría las horas de vuelo necesarias para llegar a ese lugar, y una vez allí, sabría cuál sería mi nueva morada. Mis ojos se cerraron lentamente, y no me hubiera dado cuenta de que me había quedado dormida si no fuera por mi mamá, que me despertó. El avión seguía en el suelo, pero a diferencia de unos instantes ya nadie estaba en él.
-       –   Llegamos – dijo mi mamá con una voz cortante.- Arreglate antes de bajar, no quiero que nadie piense que mi hija es una desarreglada.

No le contesté, pero me arreglé un poco el cabello y sequé mi cara que estaba algo húmeda. Quería decirle que no era una desarreglada, que el hecho de que no me vistiera como una princesita no significaba eso. Es que de verdad no veía el sentido de arreglarme si lo que pretendo es no atraer la atención de los chicos. No quiero correr el riesgo de que alguno coquetee conmigo y yo caiga en sus encantos, no cuando mi vida es como es.