El sol
había desaparecido tras un sinfín de montañas hacía ya una hora. Jeremías
estaba sentado sobre una piedra mientras esperaba, ansioso. Sus largos mechones
negros caían delicadamente sobre su tez, ahora pálida, y sus manos impacientes
jugueteaban en el aire a la espera de una orden de actuar.
El
silencio sepulcral del bosque se rompió con el crujido de una rama. Jeremías se
levantó rápidamente y adoptó una postura de ataque, era la oportunidad que él
estaba esperando. La noche estaba llegando a su clímax, la tercera noche, su
salvación. Sacó un papel negro de su bolsillo, las letras plateadas que lo
adornaban ya estaban perdiendo su brillo, tenía que actuar rápido, o estaría
condenado a vivir esa vida para siempre. Una sombra apareció entre los arboles
con ojos temerosos y pasos asustados. ¿Esa sería su víctima? ¿Una indefensa
muchacha de unos 16 años? No había tiempo para compadecerse. Sacó una daga que
tenía escondida bajo una pila de hojas secas y corrió en dirección de la recién
llegada.
—Sólo
un poco de sangre y tu nombre, es lo único que necesito para dejarte libre —dijo
entre risas mientras la inmovilizaba bajo su cuerpo.
Situó
la pequeña daga en el cuello de la chica y no la retiró hasta que la hoja
plateada hubiera adoptado un color carmesí.
—Helena,
mi nombre es Helena, por favor dejame libre. —Las lágrimas caían de sus ojos
mezclándose con la sangre que le seguía brotando de la herida.
—¿Helena
qué?
—Helena Cartwright.
Jeremías sonrió. Resultó más
fácil de lo que esperaba. Sólo deseaba que Helena en verdad se llamara así, de
lo contrario, sufriría la condena. Apoyó el papel negro en el suelo y con la
sangre de la daga escribió delicadamente el nombre de ella. Las letras casi
opacas del papel recobraron su intenso brillo plateado.
—Tu herida va a cicatrizarse rápidamente y cuando lo haga, vas
a tener fuerza suficiente para entender esto y salir de acá. —Dejó el papel y
la daga sobre las piernas de Helena, cuyos movimientos desesperados habían
cesado. Jeremías se encaminó por el sendero del bosque, sonriendo, agradecido
por haberse liberado. Ahora el problema era de Helena, no de él.
***
Era ya de mañana cuando Helena despertó. Sus
ojos recorrieron todo su alrededor en busca de una explicación. ¿Qué había
sucedido la noche anterior? Con dificultad, se levantó del suelo y observó los
objetos que yacían en sus piernas. Por un momento dudó en tomarlos, pero la
curiosidad venció a la precaución y en apenas segundos, Helena tenía el papel y
la daga en sus manos. Recordó el encuentro que tuvo antes de desmayarse, la
herida que este le había dejado. Ya no sentía el dolor punzante de antes, por
lo que prefirió dar más importancia al pequeño escrito que tenía entre sus
manos. Sus ojos se movían rápidamente de un extremo al otro del papel, como si
de esa forma el texto cambiara. Lo soltó desesperadamente con la esperanza de
olvidarse de esas terribles palabras, pero era tarde, ya las tenía grabadas en
su mente. Las repitió una y otra vez, esperando poder comprenderlas.
“Tres amaneceres es el límite marcado para cambiar la
situación. Sangre, es lo único que necesitas, y el nombre del condenado
corazón.”
¿Qué querría decir eso? Pensó que quizás no era más que una broma
de mal gusto, quería creerlo, pero en el fondo de su mente, sabía que ese
pensamiento era incorrecto. Necesitaba respuestas. Miró el papel nuevamente,
esperando más información, o cualquier cosa que probara que estaba soñando.
Para su sorpresa, las letras que hasta momentos atrás eran enteramente de un
color plateado, empezaban a perder un poco de brillo.
Trató de recordar algo que pudiera ayudarla en su búsqueda
hacia las esperadas respuestas, pero por más que pensara, nada pasaba por su
mente. Estaba a punto de rendirse cuando ese nombre apareció entre sus
pensamientos. Jeremías. Sabía que tenía que buscarlo, que él le daría las
respuestas necesarias. Ahora sólo restaba encontrarlo. Parecía una tarea
sencilla, pero Helena no sabía dónde buscarlo, ni cómo hacerlo. La dirección
invadió su mente de la misma forma que el aire invade los pulmones, sin permiso
ni explicación. No le importó eso, lo único que quería eran las preciadas
respuestas, así que no dudó en dirigirse a la misteriosa dirección.
***
El bar estaba ocupado por apenas media docena de personas
cuando Helena entro en él. Una pareja de enamorados al lado de la entrada y cuatro
hombres solitarios dispersos por el local. Analizó a cada uno de ellos en busca
de Jeremías, pero no sabía cómo era. No recordaba mucho de la noche anterior.
Mientras trataba de adivinar cuál de los allí presentes era la persona que
buscaba, un joven se acercó a ella, trayéndola a la realidad.
—Sabía que vendrías —dijo con una sonrisa apenas
perceptible—. Soy Jeremías, pero supongo que ya lo habías deducido.
Helena no pronunció ninguna palabra. La
sorpresa la había paralizado por completo.
—Tranquila, no muerdo. Supongo que viniste
por respuestas, yo también estaba así la primera noche. Las dudas no te dan
sosiego. Pregúntame lo que necesites, te ayudaré lo más que pueda. Después de
todo, esa ahora es mi función, hasta que falles o prosperes en tu misión.
—¿Mi misión? —Helena rompió su voto de
silencio. Seguía demasiado sorprendida por la situación, pero no dejaría que
eso se interpusiera en la adquisición de las respuestas.
—Sí, supongo que leíste el papel, ¿no? Tienes que lograr lo
que ahí dice, de lo contrario seguirás en esa situación eternamente.
—¿Qué situación? ¿A qué te refieres?
— Niña, la verdad esperaba a alguien más inteligente, tener
que explicar cada detalle me agota. Pronto los cambios empezaran a surgir, al
principio pensarás que no es más que tu imaginación, pero no es así. A medida
que el segundo amanecer se acerque, los cambios se intensificarán. Sólo
encargate de escribir en el papel negro el nombre de una persona con su sangre.
Hazlo antes que las letras plateadas pierdan completamente su brillo. ¡Ah! Otra
cosa, asegúrate de escribir el nombre correcto, o el efecto no funcionará y
estarás condenada a sufrir las consecuencias. Ahora vete, por favor. No quiero
que me sigas estresando.
Desconcertada, Helena salió del bar. Ya era de noche. Seguía
procesando la información recibida momentos atrás. ¿A qué se refería con los
cambios? No lo sabía. Lo único que sabía era que debía completar esa “misión”.
Los primeros rayos de sol interrumpieron sus teorías. No había notado que ya era
de día. Caminó hasta una plaza cercana y se sentó a observar el amanecer.
Últimamente el tiempo estaba pasando más rápido de lo usual. ¿Sería ese uno de
los cambios a los que se refirió Jeremías? No estaba segura. Se sentía muy
cansada, así que prefirió relajarse y dormir un poco.
***
Cuando Helena abrió los ojos, se encontró sumida en una
oscuridad reconfortante. No sabía lo que ocurría, pero era imposible que
hubiera dormido todo un día. Seguro era su imaginación. Trató de aferrarse a
ese pensamiento, pero las palabras de Jeremías le taladraban la cabeza. “Al
principio pensarás que es tu imaginación, pero no es así”. Se deshizo de esos
pensamientos. El tercer amanecer ya estaba cerca, debía apresurarse. Se
incorporó rápidamente y vagó sin rumbo por unas pocas horas, esperando
encontrar alguna persona en el camino.
Helena se estaba resignando, quizás una vida así no sería tan
mala, después de todo ella no había sufrido muchos cambios, salvo por la
pérdida del pigmento de su cuerpo y el rápido transcurso del horario,
seguramente Jeremías había exagerado. Estuvo a punto de aceptar esa realidad
cuando un crujido de hojas secas hizo que la descartara. Estaba en el mismo
bosque que hacía dos noches.
Sus sentidos se agudizaron a cada crujido, alguien se estaba
acercando. Sacó la daga de su escondite y esperó hasta que la figura del joven
apareciera. Sin un momento de dubitación se abalanzó sobre este, repitiendo lo
que Jeremías le había hecho en ese mismo lugar.
—Tu nombre, es lo único que necesito —dijo.
—Sebastián… Sebastián Gray.
Escribió rápidamente el nombre del joven en
el papel. Fue mucho más fácil de lo que esperaba. Dejó el escrito y la daga sobre el torso de Sebastián en el mismo
momento que el sol hizo su entrada triunfal en el cielo. El tercer amanecer. Helena se alejó por el sendero del bosque, feliz, creyendo haber
cumplido la misión, y sin saber que el verdadero nombre de Sebastián era
Jonathan Winslet.