domingo, 10 de enero de 2010

El túnel

Estaba en una especie de túnel montañoso con mi familia. Fue un desafío convencer a mi hija y a mi esposa de salir de casa. No les gustaba la aventura. Debíamos llegar a la cima del túnel y tendríamos una tranquila tarde disfrutando del atardecer. En nuestra ocupada vida en la ciudad, no teníamos tiempo para atardeceres, y menos para tranquilidad, pero ahora, finalmente, estábamos de vacaciones.
No era la primera vez que yo escalaba, lo hice mucho cuando era soltero. Mi hija me preguntó cuanto faltaba, era la segunda vez en menos de un minuto. Perdí la concentración, y me dí vuelta, olvidándome completamente dónde estaba.
Caí. Creí que nunca llegaría al suelo. La voz de mi hija gritando aterrorizada se perdía, mientras yo me perdía en el túnel sin fin. Sentí una sensación de liviandad, pero diferente y recordé todas las aventuras que viví. Cada sensación que experimenté, pero ninguna se comparaba a esta.
Estaba tan preocupado en esta nueva sensación, que me olvidé por completo de qué estaba cayendo. Sólo lo recordé cuando mi cuerpo sintió algo sólido.
Abrí los ojos, "Dios me quiere", pensé, pues había caído en una enorme roca sin ningún rasguño. Ya no veía a mí familia. Debían haber llegado a la cima. "Estoy bien", grité, con la esperanza de que pudieran oírme. Escalé para reunirme a ellas, ya veía la luz del atardecer. Faltaban pocos metros. Llegué. El viento golpeaba mi cara, ahora la sensación era mejor. No vi a mi hija, a mi esposa tampoco. Sólo vi un resplandor que se dirigía hacia mí. Y comprendí porqué nunca había sentido esa sensación y porqué no tenía rasguños.
Había muerto.

viernes, 8 de enero de 2010

Primera y última puerta

Desde la ventana de mi habitación pude ver todo lo sucedido aquella noche.
El viento soplaba moviendo las ramas de los árboles de mi barrio. La lluvia caía musicalmente sobre la calle de tierra, era la situación perfecta para dormir. Dejé el libro sobre el estante y apagué la luz. Ya estaba acostado y con los ojos cerrados cuando mis oídos escucharon un sonido que desentonaba con la tranquila noche. Esas pisadas brutales no me dejaban dormir. Me levanté y por la ventana observé a una mujer que a simple vista era perfecta para mí. Esa muchacha me dejó tan deslumbrado que me olvidé completamente del mundo, apenas me di cuenta que arrastraba una bolsa por el embarrado suelo. Para concluir mi felicidad, vi que la chica entró en la casa vecina a la mía. Era la hija de Eleonor.
Hacia ya más de un año que no la veía, y ahora, ella estaba irreconocible. No pude dormir pensando en ella. A la mañana siguiente llamé a su casa. Debía encontrarme con ella. Su voz de ángel salió por el teléfono, le hablé, y para sorpresa mía, ella me reconoció al instante. Íbamos a cenar hoy juntos.
Las horas pasaron, yo apresurado me bañé, me vestí con la mejor ropa que mi sueldo de periodista podía pagar, y usé la colonia que mi madre me obsequió.
Eran las 20:30, pero el sol todavía brillaba. Salí de mi casa y me encaminé hacia la de ella. Toqué el timbre, y mientras esperaba observé el picaporte, tenía huellas digitales pero eran de un color extraño, una mezcla de marrón y rojo quizás. No me preocupé, pues ella abrió la puerta y el mundo se detuvo otra vez. Su vestido azul encegueció mis ojos. Su belleza estaba actuando como un sol. Antes que el sudor arruinara mi ropa, pregunté por el baño. No oí su explicación de donde se encontraba, solo seguí la dirección hacia donde apuntaba su dedo.
Abrí la primer puerta del corredor y al mirar el contenido de la habitación, mi sangre se congeló, inmovilizando mi cuerpo. "Grave error" dijo una voz detrás mío.
Ella se acercaba con un cuchillo en la mano."¿Últimas palabras?", preguntó. "Me enamoré de la chica equivocada", pronuncié.
Su risa retumbó en mi cabeza y lo último que oí fue el Zas de cuchillo en mi cuello. Estaba muerto.
Desde la ventana de mi habitación pude ver todo lo sucedido aquella noche. Mi espíritu flotaba y yo observaba la misma escena de nuevo. Pero esta vez, yo estaba siendo arrastrado en una bolsa por el embarrado suelo, y no su mamá.

El Baile

Había atravesado los barrotes de hierro que separaban la calle de esa inmensa cárcel educativa. Caminaba por un corredor que parecía no tener fin. Y en la punta un resplandor iluminaba la presencia de aquel chico.
Perpleja por aquella cegadora luz que atravesaba mi mirada, me detuve. El extendió su mano, parecía querer concederme un baile, le entregué mi mano y eso pasó... bailamos hasta que la campana anunció el fin de nuestra diversión. Y luego, el estaba allí, nos separaban tres personas, y al subir por la escalinata, nada había sucedido, el no había extendido su mano, yo no le había dado la mía, nunca habíamos bailado. Al pensar en eso último, una lágrima recorrió mi rostro hasta tocar el suelo. Y en ese instante, el extendió su mano.

Amor imposible

Era imposible no darse cuenta de lo que sucedía. La sonrisa que se formaba con el simple hecho de mirarla, ahora era permanente. Sus manos pasaron suavemente por su cabellera de ángel. Me miraba fijamente. Es complicado de explicar como el demonio tiene una conexión tan fuerte con el ángel, pero aunque ninguna palabra salió de su boca, yo sabía la pregunta y ella la respuesta. Se levantó, caminó suavemente hasta la puerta, hubiera impedido que hiciera lo que planeaba apenas unos minutos atrás, pero la tentación era grande, necesitaba todo para mí. En apenas segundos conseguiría lo que ansiaba, pero, lo que hice es otra cosa difícil de explicar. Me levante e impedí que ella realizara su gran hazaña. Realmente, no sé porqué, el demonio se enamoró del ángel, y por primera vez sufrió en lugar de hacer sufrir, el demonio sufrió por amor cuando el ángel subió al cielo y no regresó.