sábado, 13 de agosto de 2011

Y que será del viento. Parte 2

Salimos del aeropuerto, y yo seguía sin saber en dónde estábamos. No fue hasta que tomamos un taxi que nos llevó hasta nuestra nueva casa, que descubrí que país era este.
Estaba en Chile.

Esta vez no sería tan difícil adaptarme. Al ser la lengua española mi idioma natal, era más fácil desenvolverme con la gente. No para hacer amigos ni nada, sino simplemente para poder preguntar cuáles eran los mejores lugares para divagar, podrían darme las indicaciones y yo comprendería al instante, no cómo la vez que estuvimos en Italia, que necesitaba que me explicaran al menos tres veces para saber a dónde tenía que ir.
Bajé del taxi luego de que mi mamá lo hiciera, esperé pacientemente a que encontrara las llaves de la casa, y cuando lo hizo, la ayudé a entrar las cajas que el taxista había bajado antes de irse.
No esperé más. Así que terminamos de entrar las cajas, salí de la casa y fui a explorar el vecindario. Miré cual era el número, para evitar perderme, y caminé hasta donde estaba un grupo de señoras.

– Discúlpenme, pero soy nueva en este vecindario, y quería saber si alguna puede decirme en dónde hay una plaza o un parque. – corrí la mirada de una en una, hasta que me dijeron que tenía que hacer para llegar – Gracias.

Caminé por donde ellas me dijeron que lo haga, y encontré una pequeña plaza muy acogedora. Estaba rodeada de rosedales, y dentro había tanta diversidad de flores que apenas reconocí. En varios puntos de esta, se encontraban unos bancos de madera, que seguramente fueron tallados a mano especialmente para esa plaza, ya que estaban adornados con la silueta de cada flor que vi. Me senté en el que estaba más próximo a mí y observé el paisaje. Ya estaba atardeciendo, lo que daba una belleza extraordinaria a aquel lugar. Estaba tan concentrada en los colores y aromas que me rodeaban, que apenas noté la presencia de una figura a mi lado.  

 Hola – dijo el chico cuándo percibió que lo había visto, tenía el pelo oscuro y unos hermosos ojos verdes en los que me perdí por unos momentos – mi nombre es Julián, lamento haberte molestado, pero este es el mejor lugar de la plaza para ver el atardecer. ¿Te molesta si te acompaño? 
 Soy Jess, y no te preocupes, yo ya estaba de salida – tan pronto lo dije, me levanté y me alejé lo más rápido que pude de ahí.

Lo que menos quería era entablar una amistad, de la que luego tendría que despedirme. No quería ir a casa, pero ese encuentro no me dejó muchas alternativas ya que no conocía el lugar y se estaba haciendo oscuro, no podía andar por cualquier lado. Di un par de vueltas por las calles, hasta encontrar mi casa. Fue un poco complicado, ya que todas las calles y casas eran similares. Así que divisé la mía, corrí hasta allá y entré. Mi mamá estaba en un corredor que había entre la sala y la cocina, tenía puesto un vestido rosa, bien ajustado, que le llegaba sobre las rodillas, estaba bastante concentrada en el espejo, dando los últimos toques a su maquillaje. Pareció no notar mi presencia, hasta que hablé.
 ¿El primer día y ya saldrás a hacer lo tuyo? – fue imposible contener mi ira al pronunciar esas palabras.
 Deberías dejar de juzgarme Jess, si no sabes que es lo que sucede en verdad.
 Imposible no hacerlo, no tienes un antecedente que me permita dejar de juzgarte. 
 De todas formas, esa no es la forma en la que debes tratarme, recuerda que soy tu madre. Ahora vete a cambiar, que unos vecinos nos invitaron a cenar para festejar nuestra llegada a Chile.

De mala gana, atravesé todas las habitaciones hasta encontrar la que mi mamá había designado como mía. Sobre la cama, había un vestido negro que apenas llegaría a cubrirme. Pase la mirada por él y fui directo a mi armario, como no había cajas en mi habitación, supuse que mamá habría guardado todo. Lo abrí, y mi sorpresa fue tal al ver que ninguna de mis cómodas prendas de ropa estaba ahí. Ella lo planeó todo, estaba segura, escondió mis ropas para que no tuviera otra opción que usar ese vestido.
Me lo puse de malhumor, odiaba tener que usar vestido, y menos uno que me hiciera ver tan… como ella. Encontré unas sandalias negras bajo mi cama, y me las calcé.
Salí a la sala, incómoda con el vestido, y evité escuchar los comentarios que mi mamá hacía. Salimos enseguida a la calle. Los vecinos que nos invitaron vivían a cuatro casas de la nuestra, así que fuimos caminando.
La casa, exteriormente, era idéntica a la nuestra. Llamamos a la puerta y esperamos, hasta que una señora abrió. Al vernos se le dibujó una sonrisa en la cara y nos hizo pasar mientras llamaba al resto de su familia para que nos recibiera. 
 Tú debes ser la hija de Jane – dijo mientras me examinaba – son idénticas. Mi nombre es Mónica.

Sonreí y oculté el odio que generé por sus palabras. Ella no tenía la culpa, no sabía nuestra historia, por lo tanto no sabía que lo que menos quería era que me dijeran que soy idéntica a mi mamá. Desde la habitación contigua a la que estábamos, aparecieron dos chicos. Seguramente eran sus hijos. Los examine rápidamente. Uno era alto, de ojos verdes y el cabello oscuro como la noche, y el otro era similar, pero tenía el cabello claro, como los rayos del sol que iluminan las mañanas. 
 Ellos son mis hijos, Andrés y Julián. Chicos, ellas son Jane, y su hija Jess.
 Es un gusto conocerlas – dijeron al unísono.

Su voz fue lo que confirmó mis sospechas. No era una simple casualidad. Él era el mismo chico del que me había escapado en la plaza. Julián. Mi corazón se aceleró. Traté de calmarme, eso no significaba nada, solo cenaríamos juntos, y luego podría volver a ignorarlo si lo encontraba por la calle. Solo tenía que soportar unas cuantas horas.

Mónica nos condujo al comedor, dónde una antigua mesa de madera con unos delicados platos de cerámica esperaban nuestra presencia. Nos sentamos alrededor de la mesa, y se inició la cena. Apenas participé de las conversaciones. Solo asentía y sonreía. Mi cabeza estaba muy ocupada asimilando las últimas situaciones. Mis dos encuentros con Julián. En cómo me había afectado. Una parte de mí decía que no era nada, que no tenía de que preocuparme, pero otra parte, me asustaba, confirmando que lo que temía era muy cierto. Y para empeorar las cosas, él no dejaba de mirarme, y eso… me agradaba. Agradecí mentalmente que mi mamá hubiera escondido mi demás ropa. Con este vestido me veía muy sexy, y eso era bueno, y más si estaba junto a él. Pero, se supone que estos pensamientos no tendrían que existir en mi cabeza. Era mi regla #1 para sobrevivir. No enamorarme, pasara lo que pasase. Sabía que ya era tarde, pero quería evitar que esto empeorara, así que, al terminar de comer, mientras Mónica y los chicos llevaban los restos de la cena y traían el postre, fui junto a mi mamá para hablarle.

 No me siento bien má, iré a casa. Agradeceré a Mónica por todo y me iré.
 Siempre tan maleducada, ¿Ni siquiera puedes aguantar a que termine la cena? –ella ya estaba de malhumor. El hecho de que quisiera irme en el medio de la cena por una excusa tan tonta, la había dejado así, pero no le quería con decir cuál era la verdadera razón.

Cuando abrí la boca para contestarle, Mónica entro, seguida de los chicos. Fue mi salvación, de no ser por ella discutiría aquí mismo sobre los temas que desde hacía tanto tiempo estuve aguantando.

 ¿Qué sucede? –preguntó con un dejo de preocupación. 
 Nada grave, es solo que no me siento muy bien, y me retiraré a casa, lamento mucho irme así. Gracias por todo de verás. 
 No te preocupes niña, fue un placer tenerte con nosotros. Pero no vayas sola, este barrio por las noches no es muy lindo. Deja que Juli te acompañe hasta tu casa, el irá con mucho gusto. ¿No es cierto, Julián?

Él asintió, y sentí como mi estómago daba vueltas. Quería decir que podía ir sola, pero no lo hice. Quizás quería su compañía, pero no estaba dispuesta a creerlo, no podía hacerlo. De todos modos, él me acompaño. El silencio reinaba en el ambiente. Busqué algo que decir pero no se me ocurría nada, siempre tuve las palabras justas, pero en este momento, parecía que ellas habían huido de mí. Apenas me di cuenta de que estábamos parados frente a casa. Hice un ademán de saludarlo, pero el insistió en acompañarme hasta la puerta y llegando allí, finalmente pude decir una palabra, simple, bastante común, pero expresaba mi gratitud, y al menos pude pronunciarla.
 Gracias.
 No hay de que, fue un placer acompañarte – se acercó y besó mi mejilla, me ruboricé al instante, y al parecer él lo noto, ya que una sonrisa se formó en su cara. 
 Y perdoname por lo de la plaza, por irme, es solo que…
 No me conocías lo sé, no hay drama, ya tendremos tiempo para conocernos más.

Dicho esto se encaminó hacia la calle, y antes de desaparecer del todo me sonrió, luego siguió su camino. Entré a mi casa desesperada, con la cara roja y el corazón latiéndome tan rápido como nunca lo hizo. No era posible, apenas lo había visto dos veces, pero fueron suficientes. Me enamoré de Julián. Al pensar en eso, sonreí inconscientemente, esto era el fin de mi vida como había sido, debería estar mal, preocupada, pero no lo estaba, tan solo estaba feliz. Caminé hacia mi habitación y me acosté a dormir, pensando en todo lo que había pasado hoy, disfrutando estos momentos de felicidad, como si pudieran terminarse de un momento al otro. Porque si podían, y más en mi vida.

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