viernes, 8 de enero de 2010

El Baile

Había atravesado los barrotes de hierro que separaban la calle de esa inmensa cárcel educativa. Caminaba por un corredor que parecía no tener fin. Y en la punta un resplandor iluminaba la presencia de aquel chico.
Perpleja por aquella cegadora luz que atravesaba mi mirada, me detuve. El extendió su mano, parecía querer concederme un baile, le entregué mi mano y eso pasó... bailamos hasta que la campana anunció el fin de nuestra diversión. Y luego, el estaba allí, nos separaban tres personas, y al subir por la escalinata, nada había sucedido, el no había extendido su mano, yo no le había dado la mía, nunca habíamos bailado. Al pensar en eso último, una lágrima recorrió mi rostro hasta tocar el suelo. Y en ese instante, el extendió su mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario